La
libertad de expresión es un bien que presupone la libertad de pensamiento,
porque ambas libertades se dan la razón de ser de cada una.
Los
opresores siempre han encontrado en la prohibición para pensar y para hablar y
decir lo que se piensa, la mejor atmósfera para que todo mundo se vuelva
obediente.
La
libertad es un bien que empieza a apreciarse cuando algo o alguien la amenaza,
aumenta su aprecio cuando la amenaza toma forma y aumenta todavía más cuando se
ha perdido, pero nunca tanto como cuando se la necesita y no se tiene. En este
caso se cumple aquello de lo dicho por Dante, que no hay mayor dolor que el
recuerdo de los tiempos felices en la miseria.
La
persona libre extiende su tolerancia en forma natural a los que le critican,
pero nunca debe caer en la permisividad; de modo que, dadas las circunstancias, la mejor respuesta es el silencio, aun en la
provocación extrema.
Recordamos
ejemplos de periodistas nacionales que fueron víctimas de la intolerancia del
poder absoluto, como Juan Ramón Molina y Paulino Valladares; el editorialista
de El Cronista don Alfredo Trejo Castillo, y otros casos perdidos en la memoria
histórica de los hechos no escritos ni descritos, como el cierre de Diario El
Norte y el exilio de su director propietario, don Vidal Mejía y de su
colaborador Ezequiel Ezcoto.
Nada más oportuno que anunciar la visita
próxima de una misión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) a fines de
mayo, para estudiar en su contexto a la libertad de pensamiento y de expresión
amenazada en estos momentos, y darle seguimiento a la Conferencia de Seguridad,
Protección y Solidaridad para la Libertad de Expresión, celebrada en
Tegucigalpa en agosto del 2012.
Qué
bien que la historia, se escriba (bien o mal) o no se escriba, está dejando
bien claro quién defiende y quien trabaja en contra de la libertad.
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