A veces es difícil saber qué cosa es
peor, si tener un mal hermano o un mal vecino, pero lo que no deja lugar
a dudas es lo lamentable de tener un mal vecino y un peor hermano. Así me hacen
pensar las pésimas relaciones limítrofes de El Salvador con Honduras, pues la
máxima de oro del primero parece ser lo mío es mío y lo tuyo es mío; por ello
ya hubo en 1969 una guerra, no por un partido de fútbol sino por serios asuntos
limítrofes y migratorios.
La actitud de acecho de cada nuevo
gobierno salvadoreño en la frontera con nosotros los hondureños, nos priva
maliciosamente del tiempo y de los recursos para completar nuestras fronteras
marítimas en El Caribe. Es la única calificación posible para ese continuo
desafío de esos gobiernos a la legítima territorialidad hondureña, basada en
fallos de inmediato e incondicional cumplimiento para las partes concurrentes,
dictadas por tribunales competentes.
En el Libro (no tan) Blanco de El
Salvador, los militares y civiles abren una nueva herida cuando en la página 6
afirman que “El territorio sobre el cual ejerce jurisdicción y soberanía es
irreductible, comprendiendo además de la parte continental, el territorio
insular que lo integran en el Golfo de Fonseca las islas: Conejo, Meanguera…”,
redondeando el galimatías jurídico con un cierre de la salida de Honduras al
Océano Pacífico. Además, Conejo es una isla durante la marea alta y una punta
en marea seca, de manera que pelear por ella apunta hacia un cordón umbilical
con tierra firme; y ya hasta deben tener planeado lo que harán con ella como
complemento del moderno Puerto La
Unión.
Interesante, sobre la isla Conejo,
Honduras tiene un derecho de posesión (uti possedetis) indiscutible, que fue lo
que alegaron para ganarnos la isla de Meanguera, ocupada sin oposición por la
negligencia sucesiva de nuestros gobiernos y la voluntad geopolítica de otro
vecino mayor. Nos toca, en consecuencia, demostrar más y más, por todos los
medios posibles, esa posesión.
Recuerdo que para alcanzar la paz
después de la guerra de 1969, en la que estuvimos solos, fue fundamental la
doctrina Carias Castillo para una negociación global y simultánea, aceptada
hasta que la paz era indispensable también para los intereses estratégicos de
la doctrina contrainsurgente a partir de 1979.
Alguien que integró la misión
conjunta de El Salvador y de Honduras para conocer de las negociaciones entre
los Estados Unidos de América y de México al compartir recursos
hidroeléctricos, me confió que un mexicano respondió a cierta pregunta así:
“antes de firmar asegúrense de que están resueltas todas, hasta las mínimas,
diferencias con la contraparte”.
Moraleja
uno:
el Estado de Honduras que es permanente porque va más allá de cualquier gobierno,
debe solventar todas las diferencias pendientes con El Salvador, antes de
seguir con cualquier proyecto de supuesta integración.
Moraleja
dos:
si tenemos al conejo por la cola, por qué vamos a permitir que cualquier vivo
nos lo quite.
Moraleja
tres:
“Las guerras se comienzan cuando se desea, pero no se acaban cuando se quiere”,
según Niccoló Machiavelli.
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