Además de ser un requisito legal para el Comisionado Nacional de los
Derechos Humanos (CONADEH) la presentación
de un informe sobre el estado general de los derechos humanos ante el
Congreso Nacional, haciéndolo público después de su entrega, artículo 45 de su
Ley Orgánica, es una obligación del funcionario hacerlo así en beneficio de la
transparencia y del derecho a la información que merece el pueblo hondureño.
En aras de lograr la simultaneidad el Comisionado solicitó, con la
debida anticipación, el señalamiento de una fecha para la presentación de dicho
informe al pleno del Congreso Nacional.
La realidad nacional es un todo que tiene realidades regionales y
locales, de modo que el informe tiene que ser integral, además de fidedigno por
estar apegado a los hechos según hayan ocurrido, e independiente de los poderes
reales que emanan del pueblo y de otros llamados fácticos, reales o imaginados.
El informe recoge la información de todas las fuentes directas e
indirectas posibles; en beneficio de la ecuanimidad y por respeto a su propia
Ley Orgánica las investigaciones y trámites procesales se han hecho y mantenido
“dentro de la más absoluta reserva, tanto con respecto a los particulares como
a las dependencias y demás organismos públicos” (Art. 36 de la misma).
La información es integral por cuanto se ha recogido en cada una de
las fuentes nacionales, regionales y locales posibles, de modo que por sus
resultados puede tomarse como un diagnóstico de la realidad y del desempeño de
los funcionarios en todos los niveles, así como una oportunidad para ver las posibilidades
para corregir y mejorar en todo lo pertinente a la defensa y protección de los
derechos, deberes y obligaciones de la persona humana.
Veamos, entonces, las
diferentes situaciones en sus respectivos escenarios.
Por su relevancia coyuntural nos referimos primero al derecho a la
salud y a la violencia.
Desde el punto de vista del derecho a la salud, entendida según la
Organización Mundial de la Salud, como el estado de completo bienestar físico,
mental y social, libre de violencia.
Hemos pasado de la desatención adecuada, oportuna y eficiente de las
dolencias propias y tradicionales a padecer un nuevo mal colectivo que es la
violencia y el miedo que ésta genera, tan desatendido como los males
tradicionales, que ha hecho del miedo un mal social. Por la falta de seguridad
pública somos el país del miedo.
El miedo en Honduras es un mal no compartido por todos, porque sus
autores que son una minoría amedrentan a la mayoría dedicada al trabajo y al
bien común. La minoría incluye al poder político, económico y social, a
criminales comunes u organizados, y a autoridades corruptas como los malos
policías, entre otras, que han aprendido a ejercer el poder del miedo, porque
“en países donde la policía está corrompida, el sistema judicial es venal, y
los políticos van a lo suyo, se implanta el horror de saber que se carece de
ayuda”, como afirma José Antonio Marina en la Anatomía del Miedo.
En evidencia de ello hay personas nacidas en Honduras que han buscado
refugio en sociedades extrañas, porque han perdido el derecho a vivir seguras,
tanto ellas como su patrimonio.
Ante el pesimismo imperante, el CONADEH recuerda lo dicho por un
testigo de la época hitleriana (Kurt Goldstein): “No existe mejor medio de
esclavizar a la gente y de destruir la democracia que crear en las personas un
estado de miedo” (ditto). Ese estado se traduce fielmente en un Estado del
miedo, y aunque el Estado somos todos, ellos, los generadores del miedo tienen
más poder.
Más allá del juego de palabras, tenemos que decidir y actuar para ponerle
punto final al Estado policíaco o aquí seguirán los delincuentes de cuello
blanco o sucio o sin cuello, uniformados o tatuados, burócratas gubernamentales
y no gubernamentales, narcotraficantes y sus afines los narco-lava-dólares y
demás alquilados, siendo dueños del país.
Todos estos han pasado del dicho al hecho, no es que nos quieren hacer
daño sino que ya lo están haciendo y mucho, además, ya han logrado su propósito
porque nos tienen sumisos, sometidos, humillados, sojuzgados, envilecidos y,
por tanto, esclavizados.
Ha llegado pues la hora de recuperar nuestra dignidad, de dejar de
apoyarnos en nuestras manos y rodillas para ponernos de pie y de cara al sol,
para decirles ¡Basta! ¡No más!