miércoles, 11 de abril de 2012

¡BASTA! ¡NO MÁS!


Además de ser un requisito legal para el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH) la presentación  de un informe sobre el estado general de los derechos humanos ante el Congreso Nacional, haciéndolo público después de su entrega, artículo 45 de su Ley Orgánica, es una obligación del funcionario hacerlo así en beneficio de la transparencia y del derecho a la información que merece el pueblo hondureño.
En aras de lograr la simultaneidad el Comisionado solicitó, con la debida anticipación, el señalamiento de una fecha para la presentación de dicho informe al pleno del Congreso Nacional.  
La realidad nacional es un todo que tiene realidades regionales y locales, de modo que el informe tiene que ser integral, además de fidedigno por estar apegado a los hechos según hayan ocurrido, e independiente de los poderes reales que emanan del pueblo y de otros llamados fácticos, reales o imaginados.
El informe recoge la información de todas las fuentes directas e indirectas posibles; en beneficio de la ecuanimidad y por respeto a su propia Ley Orgánica las investigaciones y trámites procesales se han hecho y mantenido “dentro de la más absoluta reserva, tanto con respecto a los particulares como a las dependencias y demás organismos públicos” (Art. 36 de la misma).
La información es integral por cuanto se ha recogido en cada una de las fuentes nacionales, regionales y locales posibles, de modo que por sus resultados puede tomarse como un diagnóstico de la realidad y del desempeño de los funcionarios en todos los niveles, así como una oportunidad para ver las posibilidades para corregir y mejorar en todo lo pertinente a la defensa y protección de los derechos, deberes y obligaciones de la persona humana.
Veamos, entonces,  las diferentes situaciones en sus respectivos escenarios.
Por su relevancia coyuntural nos referimos primero al derecho a la salud y a la violencia.
Desde el punto de vista del derecho a la salud, entendida según la Organización Mundial de la Salud, como el estado de completo bienestar físico, mental y social, libre de violencia.
Hemos pasado de la desatención adecuada, oportuna y eficiente de las dolencias propias y tradicionales a padecer un nuevo mal colectivo que es la violencia y el miedo que ésta genera, tan desatendido como los males tradicionales, que ha hecho del miedo un mal social. Por la falta de seguridad pública somos el país del miedo.
El miedo en Honduras es un mal no compartido por todos, porque sus autores que son una minoría amedrentan a la mayoría dedicada al trabajo y al bien común. La minoría incluye al poder político, económico y social, a criminales comunes u organizados, y a autoridades corruptas como los malos policías, entre otras, que han aprendido a ejercer el poder del miedo, porque “en países donde la policía está corrompida, el sistema judicial es venal, y los políticos van a lo suyo, se implanta el horror de saber que se carece de ayuda”, como afirma José Antonio Marina en la Anatomía del Miedo.
En evidencia de ello hay personas nacidas en Honduras que han buscado refugio en sociedades extrañas, porque han perdido el derecho a vivir seguras, tanto ellas como su patrimonio.
Ante el pesimismo imperante, el CONADEH recuerda lo dicho por un testigo de la época hitleriana (Kurt Goldstein): “No existe mejor medio de esclavizar a la gente y de destruir la democracia que crear en las personas un estado de miedo” (ditto). Ese estado se traduce fielmente en un Estado del miedo, y aunque el Estado somos todos, ellos, los generadores del miedo tienen más poder.
Más allá del juego de palabras, tenemos que decidir y actuar para ponerle punto final al Estado policíaco o aquí seguirán los delincuentes de cuello blanco o sucio o sin cuello, uniformados o tatuados, burócratas gubernamentales y no gubernamentales, narcotraficantes y sus afines los narco-lava-dólares y demás alquilados, siendo dueños del país.
Todos estos han pasado del dicho al hecho, no es que nos quieren hacer daño sino que ya lo están haciendo y mucho, además, ya han logrado su propósito porque nos tienen sumisos, sometidos, humillados, sojuzgados, envilecidos y, por tanto, esclavizados.
Ha llegado pues la hora de recuperar nuestra dignidad, de dejar de apoyarnos en nuestras manos y rodillas para ponernos de pie y de cara al sol, para decirles ¡Basta! ¡No más!